Anibal Cedrón «Donde arde la marea»

Conocí a Aníbal Cedrón en el invierno de 2002, cuando nos unió la misma desesperación por las ruinas en las que estaba sumida la Argentina después del estallido de 2001.

Esa conmoción común, la sensibilidad por el sufrimiento de los otros y la necesidad de modificar desde nuestro lugar de artistas e intelectuales el destino maldito que trazaba el neoliberalismo sobre nuestra patria, nos unió en una amistad profunda. Empujado por una sensibilidad exquisita, en estado de conmoción permanente, Cedrón construyó una obra que nos retrata en nuestra condición de argentinos como pocos artistas lo lograron. Fue en ese tiempo azaroso que Cedrón me pidió nombrar –por mi profesión de editora- uno de sus cuadros sobre el Cordobazo, aquella rebelión obrera y popular que fue el comienzo del fin a una de las tantas dictaduras que padecimos en el siglo XX. Entonces lo nombró Donde arde la marea, definición que parecía referirse siempre al estado de rebeldía contra la injusticia, el estado natural de Cedrón no sólo en su vida como argentino cabal sino como artista que podía retratar las travesías de su pueblo y de su tiempo, como si en ese título Cedrón, el intelectual, el artista, insistiera en que no hay eternidad mayor en una obra que registrar la historia de los otros, los propios, tu pueblo.

Ahora que ha pasado más de una década de esa obra, ahora que mi amigo ya no está, ahora que muchos miles verán por siempre sus pinturas, que sobreviven en la historia de la plástica nacional, quiero hacerle este homenaje Y entonces me vuelvo a preguntar qué nos dice Cedrón con su arte. Nos habla de rebelión, pero algo más, algo importante: nos habla del carácter profundamente subversivo del arte, de dejar registrado en cada huella digital con las que compone sus autorretratos, con la que define la cabeza aindiada del Quijote argentino de que la política y el arte pueden revolcarse como una pareja apasionada e interminable en cada trazo de su obra, y establecer el grito exacto de la rebelión.

Cedrón nos habla de quienes somos, de aquello que no fuimos, de aquello que nos debemos como argentinos; de El vuelo de las cacerolas, de la República en cruz o crucificada. Y desde esa evocación nos lleva a la serie Civilización y Barbarie para recordarnos una y otra vez el pecado original de Adán y Eva en América porque sobre el cuerpo americano, y esta nuestra porción del sur, se llamó Civilización y la Barbarie. Y entonces Adán y Eva derivarán en ese trazo desesperado, porque la condición de la barbarie ante la que el artista se revela es una Humanidad en tránsito, el No lugar como destino, como destierro, y por qué no como inicio de la búsqueda del artista del trazo exacto para refutar la dependencia y la esclavitud para el destino latinoamericano.

Cedrón trata denodadamente de entender ese sino en la serie Fauna Porto Argentina donde descarga su ironía y también su tristeza sobre el ciudadano medio arrasado por Mister Mercado o en el Pájaro hombre urbano, color verdura, que come de los medios. Una cabeza transida por la ideología de bastardos y oligarcas, siempre de una canalla dispuesta a justificar la crucifixión del prójimo débil. Y esta obra de Cedrón, entonces, viaja rabiosa del siglo XX al siglo XXI con enigmas dolorosos, y en ese andar entre siglos dibuja héroes y villanos: ahí están Compañera Evita. Pero también está el homenaje y la ternura del artista que se reconoce en el Retrato de Van Gogh detrás de un vidrio roto por un disparo, en el Retrato de un rechazado, Claude Monet y la identificación más profunda de pertenecer con pasaporte propio a la cultura de Los dos Julios (Cortázar y el poeta Julio Huasi).

La perfección en el Retrato de Julio Cortázar en tiempos oscuros es conmovedora. Toda la obra de Cedrón se resignifica en esa constatación de pertenecer a una generación diezmada pero que sobrevive en la memoria y en el arte: así Gorila amarillo, homenaje a Jorge De La Vega, Rembrandt y el pájaro y los dos Julios dibuja una genealogía de la pertenencia del artista no sólo a la cultura nacional sino a la cultura en tránsito de una humanidad amenazada por los mismos monstruos que el artista combatía. Así, en este derrotero de trazos apasionados de sí mismo y del otro, Cedrón se inscribe en la cadena de generaciones del país que amó, por el que peleó, por el que sufrió, y al mismo tiempo, que recuperó como nadie en la marea donde siempre ardió su pájaro de vuelo rasante sobre las conciencias y la memoria de quienes lo sobrevivimos. Y viajamos de su mano ya sin perdernos más en el camino de su obra. Allí donde mora para siempre nuestro querido Aníbal, Allí Donde  Arde la Marea

María Seoane – periodista y escritora