30.000 disparos. Julieta Sacchi y Mauro Rosas

En diciembre se cumplirán cuatro décadas del retorno de la democracia en nuestro país, luego de la última dictadura cívico militar (1976-1983). Desde entonces, las artes ensayan visibilizar esa doble condición –de estar y a la vez no estar- de las víctimas del terrorismo de Estado, atendiendo a las más diversas poéticas e intentando materializar la entidad de esa ausencia. En algunos casos, subrayando la identidad -la dimensión personal, subjetiva y única de las víctimas- como lo exponen las diversas referencias a las fotografías de las y los desaparecidos, plasmadas en las banderas de las marchas a lo largo de los años; en otros casos, el énfasis se traslada al trabajo con la vastedad de la cifra: 30.000.

Por su parte, en el espacio púbico como plataforma de activación permanente de ese pasado, las formas artísticas han asumido el desafío de proponer estrategias que cuestionen la monumentalidad tradicional, reconociendo el peligro de invisibilidad que acecha a los monumentos.

30.000 disparos se  alista en este reto desde una acción de memoria performática, que es: colectiva, callejera, abierta, descentralizada, sujeta a los vaivenes de otras temporalidades por venir. Surgió en 2016, en el marco del aniversario del golpe de Estado y desde la intención de volver visible la magnitud de las 30.000 desapariciones. Para concretarlo, un grupo de artistas se propuso comenzar aquel 24 de marzo en el monumento a San Martín de la ciudad de Neuquén a fotografiar (en el tiempo que llevara hacerlo) a 30.000 personas que quisieran sumarse y poner el cuerpo: posar delante de la cámara y escribir en una pizarra su nombre o un mensaje. La acción se reanuda cada 24 de marzo en el mismo sitio.

En el museo, la iniciativa asume otra fisonomía. Es un archivo que exhibe el registro de toda la temporalidad recabada, en un montaje inédito para el proyecto dado que abarca todas las fotografías que hasta el momento se tomaron.

Rostros que aparecen y desaparecen. Una pizarra testigo y palimpsesto de cientos de nombres propios. Aquí, lo fotografiado conforma una escala y escenifica la magnitud de la ausencia de esos 30.000.

María José Melendo